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José Ingenieros

mediocres, nunca al excelente. Esa anticipación de la gloria hipertrofia la personalidad en los hombres superiores: es su condición natural. ¿El atleta no tiene, acaso, biceps excesivos hasta la deformidad? La función hace el órgano. El «yo» es el órgano propio de la originalidad: absoluta en el genio. Lo que es absurdo en el mediocre, en el hombre superior es un adorno: simple exponente de fuerza. EL músculo abultado no es ridículo en el atleta; lo es, en cambio, toda adiposidad excesiva, por monstruosa é inútil: como la vanidad del insignificante. Ciertos hombres de genio habrían sido incompletos sin su megalomanía.

Su orgullo nunca excede á la vanidad de los imbéciles. La aparente diferencia guarda proporción con el mérito. Á un metro y á simple vista nadie ve la pata de una hormiga, pero todos perciben la garra de un león; lo propio ocurre con el egotismo ruidoso de los hombres y la desapercibida soberbia de las sombras más densas. No pueden confundirse. El vanidoso vive comparándose con los que le rodean, envidiando toda excelencia ajena y carcomiendo toda reputación que no puede igualar; el orgulloso no se compara con los que juzga inferiores y pone su mirada en tipos ideales de perfección que están muy alto y encienden su entusiasmo.

El orgullo, subsuelo indispensable de la dignidad, imprime á los hombres cierto bello gesto que las sombras censuran. Para ello el babélico idioma de los vulgares ha enmarañado la significación del