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José Ingenieros

partícula de la gloria común, la nación se abisma. Los ciudadanos vuelven á la condición de habitantes. La patria á la de país.

Y eso ocurre periódicamente: como si la pupila de la nación necesitara parpadear en su mirada hacia el porvenir. Y los caracteres mediocres aprovechan ese paréntesis de sombra para culminar, mientras los genios tórnanse invisibles. Todo se dobla y abaja, desapareciendo la molicie individual en la común: diríase que en la culpa colectiva se esfuma la responsabilidad de cada uno. Cuando el conjunto se dobla, como en el barquinazo de un buque, parece, por relatividad, que ninguna cosa se doblara. Sólo quien se levanta, y mira desde otro plano á los que navegan, advierte su descenso, como si frente á ellos fuese un punto inmóvil: un faro en la costa.


II.—La política de las piaras.

El instrumento de esa contaminación general es, en nuestra época, el sistema parlamentario: todas las formas de parlamentarismo. Antes presumíase que para gobernar se requería cierta ciencia y el arte de aplicarla; ahora se ha convenido que Gil Blas, Tartufo y Sancho son los árbitros inapelables de esa ciencia y de ese arte.

La política se degrada, conviértese en profesión. Los espíritus subalternos florecen en los establos del sufragio universal. En la bajamar sube lo ra