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El hombre mediocre

hez y se acorchan los traficantes. Toda excelencia desaparece, eclipsada por la mediocridad. Se instaura una moral hostil á la firmeza y propicia al relajamiento. El gobierno va á manos de gentualla que abocada el presupuesto. Abájanse los adarves y álzanse los muladares. El lauredal se agosta y los cardizales se multiplican. Los palaciegos se mancornan con los malandrines. Progresan funámbulos y volatineros. Nadie piensa, donde todos lucran; nadie sueña, donde todos tragan. Lo que antes era estigma de infamia ó cobardía, tórnase jactancia de astucia; lo que otrora mataba, ahora vivifica, como si hubiera una aclimatación al ridículo; sombras envilecidas se levantan y parecen hombres; la improbidad se pavonea y ostenta, en vez de ser vergonzante y pudorosa. Lo que en las patrias se cubría de vergüenza, en los países cúbrese de honores.

Las jornadas electorales son humillantes en los países mediocrizados: enjuagues de mercenarios ó pugilatos de aventureros, cuando no arrebatos de sectarios. Su justificación está á cargo de electores inocentes, que van á la parodia como á una fiesta del ideal.

Las facciones son adversas á todas las originalidades. Hombres ilustres pueden ser víctimas del voto de la canalla: los partidos adornan sus listas con ciertos nombres respetados, sintiendo la necesidad de parapetarse tras el blasón intelectual de algunos selectos. Cada piara se forma un estado mayor que disculpe la pretensión de gobernar