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El hombre mediocre

estructura y la coordinación de las células que intervienen en el pensamiento; la herencia concurre á dar un sistema nervioso, agudo ú obtuso, según los casos. La educación puede perfeccionar esas capacidades ó aptitudes cuando existen; no puede crearlas cuando faltan: Salamanca no las presta.

Cada uno tiene la sensibilidad propia de su histoquímica nerviosa; los sentidos son la base de la memoria, de la asociación, de la imaginación: de todo. Es el oído lo que hace al músico; el ojo lleva la mano del pintor. El poder de concebir está subordinado al de percibir: cada hombre tiene la memoria y la imaginación que corresponde á sus percepciones predominantes. La memoria no hace al genio, aunque no le estorba; pero ella y el razonamiento, cimentado en sus datos, no crean nada superior á lo real que percibimos. La fecundidad creadora requiere el concurso de la imaginación, elemento absoluto para sobreponer á la realidad algún Ideal. Cuando, pues, se define el genio como «un grado exquisito de sensibilidad nerviosa», se enuncia la más importante de sus condiciones; pero la definición es incompleta. La sensibilidad es un instrumento puesto al servicio de sus aptitudes imaginativas.

En los genios estéticos es evidente la superintendencia de la imaginación sobre los sentidos; no lo es menos en los genios especulativos, como Ameghino, y en los genios pragmáticos, como Sarmiento. Gracias á ella se conciben los problemas, se adivinan las soluciones, se inventan las