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José Ingenieros

ser y del no ser, intermediaria entre una estupidez complicada y una habilidad inocente. Juzgan las palabras sin advertir que ellas se refieren á cosas; admiten con un nombre lo que repudian con otro. Creen aceptar una idea que no comprenden, rebelándose avergonzados ante sus naturales consecuencias. En sus juicios sustituyen la significación ficticia al sentido real; se convencen de lo que tiene un sitio marcado en su mollera y muéstranse esquivos á lo que no encaja en las denominaciones ó categorías que ya cuadriculan su espíritu. Son feligreses de la palabra; no ascienden á la idea ni conciben el ideal. Su mayor ingenio es siempre verbal y sólo llegan al chascarrillo, que es una prestidigitación de palabras; tiemblan ante los que pueden jugar con las ideas y producir esa suprema gracia del espíritu que es la paradoja. Mediante ésta se descubren los puntos de vista que permiten conciliar los contrarios y se enseña la única noción absoluta: toda verdad es relativa al que la cree y sus contrarias pueden, para otro, ser verdades al mismo tiempo.

La mediocridad intelectual hace al hombre solemne, modesto, incoloro y obtuso. Esas cualidades le hacen temer el asombro, rehuir el peligro. Cuando no le envenena la vanidad y la envidia, diríase que duerme sin soñar. Pasea su vida por las llanuras; evita mirar desde las cumbres que escalan los videntes y asomarse á los abismos que sondan los elegidos. Vive entre los engranajes de la rutina.