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Don Quijote.

lla, y llegó otra vez su lanterna para verla de nuevo, y parecióle que no eran lágrimas las que lloraba, sino aljófar ó rocío de los prados, y aun las subia de punto, y las llegaba á perlas orientales, y estaba deseando que su desgracia no fuese tanta como daban á entender los indicios de su llanto y de sus suspiros. Desesperába. se el gobernador de la tardanza que tenia la moza en dilatar su his- toria, y díjole que acabase de tenerlos mas suspensos, que era tar- de y faltaba mucho que andar del pueblo. Ella entre interrotos so- llozos y mal formados suspiros, dijo:-No es otra mi desgracia, ni mi infortunio es otro, sino que yo rogué á mi hermano que me vis- tiese en hábito de hombre con uno de sus vestidos, y que me saca- se una noche á ver todo el pueblo, cuando nuestro padre durmiese: él importunado de mis ruegos, condescendió con mi deseo, y po- niéndome este vestido, y él vistiéndose de otro mio que le está co- mo nacido, porque él no tiene pelo de barba, y no parece sino una doncella hermosísima, esta noche, debe de haber una hora, poco mas o menos, nos salimos de casa, y guiados de nuestro mozo y des- baratado discurso, hemos rodeado todo el pueblo, y cuando queria- mos volver á casa vimos venir un gran tropel de gente, y mi her- mano me dijo:-Hermana, esta debe de ser la ronda, aligera los piés y pon alas en ellos, y vente tras mí corriendo, porque no nos conozcan, que nos será mal contado, y diciendo esto volvió las es- paldas y comenzó, no digo á correr, sino á volar: yo á menos de seis pasos caí con el sobresalto, y entonces llegó el ministro, de la justicia que me trujo ante vuesas mercedes, adonde por mala y an- tojadiza me veo avergonzada ante tanta gente.-En efecto, señora, dljo Sancho, ¡no os ha sucedido otro desman alguno, ni zelos, co- mo vos al principio de vuestro cuento dijistes, no os sacaron de vuestra casa?-No me ha sucedido nada, ni me sacaron zelos, sino solo el deseo de ver mundo, que no se estendia á más que á ver las calles deste lugar. Y acabó de confirmar ser verdad lo que la don- cella decia, el llegar de los corchetes con su hermano preso, á quien alcanzó uno dellos, cuando se huyó de su hermana. No traia sino un faldellin rico y una mantellina de damasco azul con pasamanos de oro fino, la cabeza sin toca, ni con otra cosa adornada, que con sus mesmos cabellos, que eran sortijas de oro, segun eran rubios y enrizados.. Apartáronse con él el gobernador, mayordomo y maes- tresala, y sin que lo oyese su hermana, le preguntaron cómo venia. en aquel trage, y él con no menos vergüenza y empacho contó lo

mesmo que su hermana habia contado, de que recibió gran gusto