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Roberto Arlt

Confortado, segurísimo de no incurrir en errores, dije:

—Señores oficiales, ustedes sabrán que el selenio conduce la corriente eléctrica cuando está iluminado; en la obscuridad se comporta como un aislador.

El señalador no consistiría nada más que en una célula de selenio, conectada con un electro—imán. El paso de una estrella por el retículo de selenio, sería señalado por un signo, ya que la claridad del meteoro, concentrada por un lente cóncavo, pondría en condiciones de conductor al selenio.

—Está bien. ¿Y la máquina de escribir?

—La teoría es la siguiente. En el teléfono el sonido se convierte en una onda electromagnética.

Si medimos con un galvanómetro de tangente la intensidad eléctrica producida por cada vocal y consonante, podemos calcular el número de amperios vueltas, necesarios para fabricar un teclado magnético, que responderá a la intensidad de corriente de cada vocal.

El ceño del teniente acentuóse.

—No está mala la idea, pero Vd. no tiene en cuenta la dificultad de crear electroimanes que respondan a alteraciones eléctricas tan ínfimas, y eso sin contar las variaciones del timbre de voz, el magnetismo remanente; otro problema muy serio y el peor quizá, que las corrientes se distribuyan por sí mismas en los electroimanes correspondientes ¿Pero tiene Vd. allí la carta de Ricaldoni?

El teniente se inclinó sobre ella; después entregándola a otro de los oficiales me dijo.

—¿Ha visto Vd.? Los inconvenientes que yo le planteo, también los señala Ricaldoni. Su idea en principio es muy interesante. Yo lo conozco a Ricaldoni. Ha sido mi profesor. Es un sabio el hombre.

—Sí, bajito, gordo, bastante gordo.

—¿Quiere servirse un vermouth? -- me ofreció el capitán sonriendo.