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El juguete rabioso

—Muchas gracias, señor. No tomo.

—Y de mecánica ¿sabe algo?

—Algo. Cinemática... Dinámica... Motores a vapor y explosión; también conozco los motores de aceite crudo. Además, he estudiado química de los explosivos, que es una cosa interesante.

—También. ¿Y qué sabe de explosivos?

—Pregúnteme Vd. — repliqué sonriendo.

—Bueno, a ver ¿que son fulminantes?

Aquello tomaba visos de un examen, y echándomelas de erudito, respondí.

—El capitán Cundill, en su Diccionario de Explosivos, dice que los fulminatos son las sales metálicas de un ácido hipotético llamado fulminato de hidrógeno. Y son simples o dobles.

—A ver, a ver: un fulminato doble.

—El de cobre, que son cristales verdes producidos haciendo hervir fulminato de mercurio que es simple, con agua y cobre.

—Es notable lo que sabe este muchacho. ¿Qué edad tiene Vd?

—Diez y seis años, señor.

—¿Diez y seis años?

—Sí, señor.

—¿Se da cuenta, capitán? Este joven tiene un gran porvenir. ¿Que le parece que le hablemos al capitán Marquez? Sería una lástima que no pudiera ingresar.

—Indudablemente — y el oficial del cuerpo de ingenieros se dirigió a mí.

—Pero ¿dónde diablos ha estudiado Vd. todas esas cosas?

—En todas partes señor. Por ejemplo, voy por la calle y en una casa de mecánica veo una máquina que no conozco. Me paro, y me digo estudiando las diferentes partes de lo que miro: esto debe funcionar así y así, y de-