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Roberto Arlt

be servir para tal cosa. Después que he hecho mis deducciones, entro al negocio y pregunto, y créame señor, raras veces me equivoco. Además tengo una biblioteca regular, y si no estudio mecánica, estudio literatura.

—Cómo -- interrumpió el capitán ¿también literatura?

—Sí, señor, y tengo los mejores autores: Baudelaire, Dostoyeski, Baroja.

—Ché, ¿no será un anarquista, éste?

—No, señor Capitán. No soy anarquista. Pero me gusta estudiar, leer.

--Y que opina su padre de todo eso.

—Mi padre se mató cuando yo era muy chico.

Súbitamente callaron. Mirándome, los tres oficiales se miraron.

Afuera silbaba el viento, y en mi frente se ahondó más el signo de la atención.

El capitán se levantó y le imité.

—Mire amiguito, lo felicito, véngase mañana. Esta noche trataré de verlo al capitán Marquez, porque Vd. lo merece. Eso es lo que necesita el ejército argentino. Jóvenes que quieran estudiar.

—Gracias, señor.

—Mañana, si quiere verme, con el mayor gusto lo voy a atender. Pregunte Vd. por el capitán Bossi.

Grave de inmensa alegría me despedí.

Ahora cruzaba las tinieblas, saltaba los alambrados, estremecido de un coraje sonoro.

Más que nunca se afirmaba la convicción del destino grandioso a cumplirse en mi existencia. Yo podría ser un ingeniero como Edison, un general como Napoleón, un poeta como Baudelaire, un demonio como Rocambole.

Séptima alegría. Por elogio de los hombres, he gozado noches tan estupendas, que la sangre, en una muchedumbre de alegrías, me atropellaba el corazón, y yo creía, sobre