Página:El juguete rabioso (1926).djvu/134

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
126
El juguete rabioso

Me agradaba escucharle. Lo hacía con sentimiento; se comprendía que cantando evocaba parajes y momentos de ensueño transcurridos en su patria.

Cuando Monti me recibió de corredor a comisión, entregándome un muestrario de papeles clasificados por su calidad y precio, dijo:

—Bueno, ahora a vender. Cada kilo de papel son tres centavos de comisión.

¡Duro principio!

Recuerdo que durante una semana caminé seis horas por día, inútilmente. Aquello era inverosímil. No vendí un kilo de papel en el trayecto de cuarenta y cinco leguas. Desesperado entraba a verdulerías, a tiendas y almacenes, rondaba los mercados, hacía antesala a farmacéuticos y carniceros, pero inútilmente.

Unos me enviaban lo más cortesmente posible al diablo, otros decíanme, pase la semana que viene, otros argüían: "Yo ya tengo un corredor que hace tiempo me sirve", otros no me atendían, algunos opinaban que mi mercadería era excesivamente cara, varios demasiado ordinaria, y algunos raros, demasiado fina.

A mediodía, llegado al escritorio de Monti, me dejaba caer en una pilastra formada de resmas de papel y permanecía en silencio, atontado de fatiga y desaliento.

Mario, otro corredor, un gandul de diez y seis años, alto como un álamo, todo piernas y brazos, se burlaba de mis estériles diligencias.

¡Era truhán el tal Mario! Parecía un poste de telégrafo rematando en una cabeza pequeña, cubierta de un fabuloso bosque de cabellos crespos. Caminaba a trancos enormes, con una cartera de cuero rojo bajo el brazo. Cuando llegaba al escritorio tiraba la cartera a un rincón, y se sacaba el sombrero, un hongo redondo, tan untado de gra-