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El juguete rabioso

lles. Era la primera venta. Había ganado quince pesos de comisión.

Entré al mercado de Caballito, ese mercado que siempre me recordaba los mercados de las novelas de Carolina Invernizio. Un obeso salchichero con cara de vaca, a quien había molestado inútilmente otras veces, me gritó al tiempo de enarbolar su cuchillo sobre un bloque de tocino.

—Ché, mandáme doscientos kilos recorte especial, pero mañana bien temprano, sin falta a treinta y uno.

Había ganado cuatro pesos, a pesar de rebajar un centavo por kilo.

Infinita alegría, dionisíaca alegría inverosímil, ensanchaba mi espíritu hasta las celestes esferas... y entonces, comparando mi embriaguez con la de aquellos héroes daannunzianos que mi patrón criticaba por sus magníficos empaques, pensé.

Monti es un idiota.

De pronto sentí que apretaban mi brazo, volvíme brusco, y me encontré frente a Lucio, aquel insigne Lucio que formaba parte del Club de "Los Caballeros de Media Noche".

Nos saludamos efusivamente. Después de la noche azarosa no le había vuelto a ver, y ahora estaba frente a mí sonriendo y mirando como de costumbre a todos lados. Reparé que estaba bien trajeado, mejor calzado y enjoyado, luciendo en los dedos imponentes anillos de oro falso y una piedra pálida en la corbata.

Había crecido, era un recio pelafustán disfrazado de dandy. Complemento de esa figura de jaquetón adecentado, era un fieltro aludo, hundido graciosamente sobre la frente hasta las cejas. Fumaba en boquilla de ámbar, y como hombre que sabe tratar a los amigos, después de los pri-