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Roberto Arlt

del cual se podía esperar cualquier favor y también alguna trastada.

El decía haber estudiado para jockey, y haberle quedado ese esguince en la pierna porque de envidia los compañeros le espantaron el caballo un día de prueba, pero yo creo que no había pasado de ser bostero en alguna caballeriza.

Eso sí, conocía más nombres y virtudes de caballos que una beata santos del martirologio. Su memoria era un almanaque de Ghota de la nobleza bestial. Cuando hablaba de minutos y segundos se creía escuchar a un astrónomo, cuando hablaba de sí mismo y de la pérdida que había tenido el país al perder un jockey como él, uno sentíase tentado a llorar.

¡Que vago!

Si iba a verle, abandonaba los puestos donde conferenciaba con ciertas barraganas, y cogiéndome de un brazo decía a vía de introito:

—Pasá un cigarrillo, que... — y encaminándonos a la fila de carros, subíamos al que estaba mejor entoldado para sentarnos y conversar largamente.

Decía:

—Sabés, lo amuré al turco Salomón. Se dejó olvidada en el carro una pierna de carnero, lo llamé al Pibe (un protegido) y le dije: Rajando esto a la pieza.

Decía:

—El otro día se viene una vieja. Era una mudanza, un bagayito de nada…... Y yo andaba seco... seco... Un mango le digo, y agarro el carro del pescador.

Que trotada hermano. Cuando volví eran las nueve y cuarto, y el matungo sudado que daba miedo. Agarro y lo seco bien, pero el gayego debe haber junado porque hoy y ayer se vino una punta de veces a la fila, y todo para ver si estaba el carro. Ahora cuando tenga otro viaje le