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El juguete rabioso

—Seguro. El farol está a media cuadra, ella va a dejar la puerta abierta, nosotros entramos y directo al escritorio, sacamos la "guita”, ahí mismo la partimos, y yo me la llevo para el refugio.

—¿Y la "cana"?

—La "cana"... la "cana" "cacha" a los que están prontuariados. Yo trabajo de cuidador de carros, además nos ponemos guantes.

—Querés un consejo, Rengo.

—Dos.

—Bueno, atendeme. Lo primero que tenemos que hacer es no dejarnos ver hoy por allá. Puede reconocernos algún vecino y nos mandan al "muere". Además no hay objeto, si vos conocés la casa. Perfectamente. Segundo: ¿A qué horas sale el ingeniero?

—Nueve y media a diez, pero podemos espiar.

—Abrir la caja es cuestión de diez minutos.

—Ni eso, si ya está probada la llave.

—Te felicito por la precaución... así que a las once podemos ir.

—Sí.

—¿Y dónde nos vemos nosotros?

—En cualquier sitio.

—No, hay que ser precavidos. Yo voy a estar en Las Orquideas a las diez y media. Vos entrás pero no me saludás ni nada. Te sentás en otra mesa, y a las once salimos, yo te sigo, entrás a la casa y entro yo, después cada uno que tire por su lado.

—En esa forma evitamos sospechas. Está bien pensado... ¿tenés revólver, vos?

—No.

De pronto el arma lució en su mano, y antes que lo evitara, la introdujo en mi bolsillo.

—Yo tengo otro.

—No hace falta.