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El juguete rabioso

Un oficial de policía llamado al efecto instruyó el sumario frente al ingeniero. La mulata negóse al principio a confesar nada, más cuando mintiendo se le dijo que el Rengo había sido detenido, echóse a llorar.

Los testigos del acto no olvidarían jamás esa escena.

La mujer oscura, arrinconada, con los ojos brillantes miraba a todos los costados, como una fiera que se prepara para saltar.

Temblaba extraordinariamente; pero cuando se insistió en que el Rengo estaba detenido y que sufriría por su causa, suavemente echóse a llorar; con un llanto tan delicado que el ceño de los circunstantes se acentuó... de pronto levantó los brazos, sus dedos se detuvieron en el nudo de sus cabellos, arrancó de allí una peineta y desparramando su cabellera por la espalda, dijo juntando las manos, mirando como enloquecida a los presentes.

—Sí, es cierto... es cierto... vamos... vamos a donde está Antonio.

En un carruaje la condujeron a la comisaría.


Arsenio Vitri me recibió en su escritorio. Estaba pálido, y sus ojos no me miraron al decirme.

—Siéntese.

Inesperadamente, con voz inflexiva me preguntó.

—¿Cuánto le debo por sus servicios?

—¿Cómo...?

—Sí, ¿cuánto le debo...? porque a Vd. sólo se le puede pagar.

Comprendí todo el desprecio que me arrojaba a la cara.

Empalideciendo me levanté.

—Cierto, a mí sólo se me puede pagar. Guárdese el dinero que no le he pedido. Adios.

—No, venga, siéntese... ¿dígame porque ha hecho eso?

—¿Por qué?

—Sí, ¿porque Vd. ha traicionado a su compañero?, y