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Roberto Arlt

sin motivo. ¿ No le da vergüenza tener tan poca dignidad a sus años?

Enrojecido hasta la raíz de los cabellos, le respondí.

—Es cierto... Hay momentos en nuestra vida en que tenemos necesidad de ser canallas, de ensuciarnos hasta adentro, de hacer alguna infamia, yo que sé... de destrozar para siempre la vida de un hombre... y después de hecho eso podremos volver a caminar tranquilos.

Vitri no me miraba ahora a la cara. Sus ojos estaban fijos en el lazo de mi corbata y su semblante iba adquiriendo sucesivamente una seriedad que se difundía en otra más terrible.

Proseguí.

—Vd. me ha insultado, y sin embargo no me importa!

—Yo podía ayudarlo a Vd. — murmuró.

—Vd. podía pagarme, y ni eso ahora, porque yo por mi quietud me siento, a pesar de toda mi canallería, superior a Vd., — e irritándome súbitamente le grité.

—¿Quién es Vd.?... Aún me parece un sueño haberle delatado al Rengo.

Con voz suave replicó.

—¿Y porque está Vd. así?

Un gran cansancio se apoderaba de mí rápidamente, y me dejé caer en la silla.

¿Porque? Dios lo sabe. Aunque pasen mil años no podré olvidarme de la cara del Rengo. ¿Que será de él? Dios lo sabe; pero el recuerdo del Rengo estará siempre en mi vida, será en mi espíritu como el recuerdo de un hijo que se ha perdido. El podrá a venir a escupirme en la cara y yo no le diré nada.

Una tristeza enorme pasó por mi vida. Más tarde recordaría siempre ese instante.

—Sí, es así — balbució el Ingeniero y de pronto