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Roberto Arlt

—Yo no soy un perverso, soy un curioso de esta fuerza enorme que está en mí — y callé.

—Siga, siga...

—Todo me sorprende. A veces tengo la sensación de que hace una hora que he venido a la tierra y de que todo es nuevo, flamante, hermoso. Entonces abrazaría a la gente por la calle, me pararía en medio de la vereda para decirles: ¿Pero Vds. porque andan con esas caras tan tristes? si la Vida es linda, linda... ¿no le parece a Vd.?

—Sí...

—Y saber que la vida es linda me alegra, parece que todo se llenara de flores... dan ganas de arrodillarse darle las gracias a Dios, por habernos hecho nacer.

—¿Y Vd. cree en Dios?

—Yo creo que Dios es la alegría de vivir. ¡Si Vdsupiera! A veces me parece que tengo un alma tan grande como la iglesia de Flores... y me dan ganar de reír, de salir a la calle y pegarle puñetazos amistosos a la gente...

—Siga...

—¿No se aburre...?

—No, siga...

—Lo que hay, es que esas cosas uno no se las puede decir a la gente. Lo tomarían por loco. Y yo me digo: ¿que hago de esta vida, que hay en mí? y me gustaría darla... regalarla... acercarme a las personas y decirles: ¡Vds. tienen que ser alegres! ¿saben? tienen que jugar a los piratas... hacer ciudades de mármol... reírse... tirar fuegos artificiales...

Arsenio Vitri, se levantó, y sonriendo dijo:

—Todo eso está muy bien, pero hay que trabajar. ¿En qué puedo serle útil?

Reflexioné un instante, luego.

—Vea; yo quisiera irme al Sur... al Neuquén...