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El juguete rabioso

incorporándome, con los ojos brillantes fijos en el lazo de mi corbata, murmuró como soñando.

—Vd. lo ha dicho. Es así. Se cumple con una ley brutal que está dentro de uno. Es así. Se cumple con la ley de la ferocidad. Es así; pero quien le dijo a Vd. que es una ley, ¿donde aprendió eso?

Repliqué.

—Es como un mundo que de pronto cayera encima de nosotros.

—¿Pero Vd. había previsto que algún día llegaría a ser como Judas?

—No, pero ahora estoy tranquilo. Iré por la vida como si fuera un muerto. Así veo la vida, como un gran desierto amarillo.

—¿No le preocupa esa situación?

—¿Para qué? — es tan grande la vida. Hace un momento me pareció que lo que había hecho estaba previsto hace diez mil años; después creí que el mundo se abría en dos partes, que todo se tornaba de un color más puro y los hombres no éramos tan desdichados.

Una sonrisa pueril apareció en el rostro de Vitri. Dijo:

—¿Le parece a Vd.?

—Sí, alguna vez sucederá eso... sucederá, y la gente irá por la calle preguntándose los unos a los otros: ¿Es cierto esto, es cierto?

—Vd.; dígame. ¿Vd. nunca ha estado enfermo?

Comprendí lo que él pensaba y sonriendo continué:

—No... ya sé lo que Vd. cree... pero escúcheme... yo no estoy loco. Hay una verdad, sí... y es que yo siento que la vida va a ser extraordinariamente linda para mí. No sé si la gente sentirá la fuerza de la vida como la siento yo, pero en mí hay una alegría, una especie de inconciencia llena de alegría. Una súbita lucidez, me permitía ahora discernir los móviles de mis acciones anteriores, y continué: