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ROBERTO ARLT

Pensaba en las fiestas a que ellos asistieron, las fiestas de la ciudad, las fiestas en los parajes arbolados con an torchas de sol en los jardines florecidos, y de entre las ma nos se caía mi pobreza.

Ya no tengo ni encuentro palabras con que pedir mi sericordia.

Baldía y fea como una rodilla desnuda, es mi alma.

Busco un poema que no encuentro, el poema de un cuerpo a quien la desesperación pobló súbitamente en su carne, de mil bocas grandiosas, de dos mil labios gritadores.

A mis oídos llegan voces distantes, resplandores pi rotécnicos, pero yo estoy aquí solo, agarrado por mi tierra de miseria como con nueve pernos.

Tercer piso, departamento 4, Charcas 1600. Tal era la dirección donde debía entregar el paquete de libros.

Extrañas y singulares son esas lujosas casas de depar tamentos.

Por fuera, con sus armoniosas líneas de metopas que realzan la suntuosidad de las comizas complicadas y so berbias y con sus ventanales anchurosos protegidos de cris tales ondulados, hacen soñar a los pobres diablos en ve rosímiles refinamientos de lujo y poderío, más por dentro la obscuridad polar de sus zaguanes profundos y solitarios, espantan el espíritu del amador de los grandes cielos ador nados de Walhallas de nubes.

Me detuve frente al portero, un atlético sujeto que me tido en su librea azul, leía con aires de suficiencia un pe riódico.

Como un cancerbero me examinó de piés a cabeza, des pués, satisfecho de comprobar hipotéticamente que yo no era ningún ladronzuelo, con una indulgencia que únicamente