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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 51

seria la del cura, adelantóse á ella, y encontrando en el portal á un clérigo con su ropón, le dijo:

— Tiene V. esta noche huésped, señor cura, y no lo es menos que el rey mismo.

Y llegando entonces S. M., añadió:

— No os quiero dar, buen cura, otro cuidado, sino que me hagan luego la cama, por el frio que traigo, y asen una perdiz, porque no he de cenar otra cosa.

Era despejado el clérigo, y dispuso brevemente lo que se le mandó; y como el rey conociese su discrecion, lo llamó para entretenerse con él.

Con este pensamiento, el rey, que estaba de buen humor, le dijo:

— Quiero ver si me adivinas tres ideas que tengo en el pensamiento.

— Señor, respondió, los arcanos del soberano no los alcanza la pequeñez.

— Bien, bien, repuso el rey, pero me pareces despejado y quiero ver hasta dónde llega tu ingenio.

— Creo, dijo entonces el cura, que V. M. piensa en el cuidado que tendrá la reina nuestra señora hasta saber de V. M.; pero esto será pronto, porque ya han salido criados mios con la noticia de quedar aquí su real persona muy bueno, aunque en tan mal hospedaje.

El segundo pensamiento es, si la perdiz que traerán vendrá tierna, y puedo asegurar que si.

— En los dos habeis acertado; dijo el rey gustoso y entretenido.

— Pues la tercera, contestó el cura, es mucho mas fácil.

— Veamos, dijo el rey.

— Claro está que V. M. piensa en el obispado que está vaco, para dársele al que tuvo la dicha de haber sido honrada su casa con la régia presencia, porque no seria bien que hallándolo cura, cura lo dejase.

— Grande astrólogo sois, dijo entonces el rey; en nada habeis errado, y creo acertareis tambien