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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 53

Por hacer mas apacible su pesada caminata, convinieron en ir juntos hasta la primera venta que encontrasen; y segun refiere la crónica, anduvieron y anduvieron ni mas ni menos que el célebre Chufas, hasta que al fin quiso Dios que llegasen á un ventorrillo.

— Compadre, dijo uno de los viajeros, este carasol está convidando á tomar un refrigerio.

— Sea, contestó el otro.

Y ambos se sentaron al abrigo del ventorrillo y sacaron sus meriendas. Consistía la del primero en un pedazo de pan y una casi invisible racion de queso.

— Buen amigo, le dijo el segundo observando que su compañero, despues de haber frotado ligeramente el queso en el pan, se empezó á comer un zoquete mientras volvia á guardarse el queso, ¿sabe V. que, por lo que veo, es V. el hombre mas desmanotado y derrochador del mundo?

El interpelado volvió la cabeza,

Y vio que su compañero,
Doctor en economía,
Sacó de un morral enorme
Dos cabezas de sardina;
Las puso al sol, y en la sombra
Mojaba el pan que comia.



La confesion de un ratero.

Estando en el confesonario el padre Cárdenas, un ratero, su penitente, le robó el reloj. Poco después, continuando su confesion, dijo:

— Padre, he hurtado una alhaja de oro.

— Es necesario que la restituya, y si así no lo hace, no puedo absolverle.

Replicó el fingido penitente:

— He creido mejor, padre, dársela á vuestra reverencia para que se quede con ella, y para eso la tengo aquí.