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Empiezo por responderos de que la señá Frasquita, legitima esposa del tio Lúcas, era una mujer de bien, y de que así lo sabian todos los ilustres visitantes del molino. Digo más: ninguno de éstos daba muestras de considerarla con ojos concupiscentes ni con intencion pecaminosa. Admirábanla, sí, y requebrábania en ocasiones (delante de su marido, por supuesto) lo mismo los frailes que los caballeros, los canónigos que los golillas, como un prodigio de belleza que honraba á su Criador, y como una diablesa de travesura y coquetería que alegraba inocentemente los espíritus más melancólicos. «Es un hermoso animal—solía decir el virtuosísimo prelado. «Es una estatua de la antigüedad helénica» observaba un abogado muy erudito, académico correspondiente de la Historia. «Es la propia estampa de Eva prorumpia el prior de los franciscanos.

«Es una real moza»—exclamaba el coronel de milicias. «Es una sierpe, una sirena, un demonio»—añadia el corregidor.—« Pero es una buena mujer, es un ángel, es una