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XI.
El bombardeo de Pamplona.
—Dios te guarde, Frasquita, dijo el corregidor á media voz, aparccicndo bajo el emparrado y andando de puntillas.
—Tanto bueno, señor corregidor!—respondió ella en voz natural, haciéndole mil reverencias. ¡Usía por aquí á estas horas!
¡Y con el calor que hace!... ¡Vaya, siéntese su señoría!... Esto está fresquito... ¿Cómo no ha aguardado su señoría á los demas señores? Aquí tienen ya preparados s sus asientos... Esta tarde esperamos al señor obispo en persona, que le ha prometido á mi Lúcas