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¡Que si me gustas!... ¡No hay mujer como tú!

—Pues mire V... Aquí no hay nada postizo...—contestó la señá Frasquita, acabando de arrollar la manga de su jubon, y mostrando al corregidor cl resto de su brazo, digno de una cariátide, y más blanco que una azucena.

—¡Que si me gustas!—prosiguió el corregidor. De dia, de noche, á todas boras, en todas partes, sólo pienso en tí...

Pues qué? ¿No le gusta á V. la señora corregidora?—preguntó la señá Frasquita con una fingida compasion que hubiera hecho reir á un hipocondriaco.—¡Qué lástima! Mi Lúcas me ha dicho que tuvo el gusto de verla Y de hablarle cuando fué á componerle á V. el reloj de la alcoba, y que es muy guapa, muy buena, y de un trato muy cariñoso.

No tanto! ¡No tanto!—murmuró el corregidor con cierta amargura.

—En cambio, otros me han dicho—prosiguió la molinera, —que tieno muy mal