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XIII.
Le dijo el grajo al cuervo...
Hora y media despues, todos los ilustres compañeros de merienda estaban de vuelta en la ciudad.
El señor obispo y su familia habian llegado con bastante anticipacion, gracias al coche, y hallábanse ya en palacio, donde los dejaremos rezando sus devociones.
El insigne abogado (que era muy seco) y los dos canónigos (á cual más grueso y más respetable) acompañaron al corregidor hasta la puerta del ayuntamiento (donde dijo que tenía que hacer), y tomaron luego el cami-