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no de sus respectivas casas, guiándose por las estrellas como los navegantes, ó sorteando á tientas las esquinas como los ciegos; pues ya habia cerrado la noche; aún no habia salido la luna, y el alumbrado público (lo mismo que las demas luces de este siglo) estaba todavía allí en la mente divina.

En cambio, no era raro ver discurrir por algunas calles tal ó cual linterna ó farolillo con que respetuoso servidor alumbraba á su, amo, que se dirigia á su tertulia ó de visita á casa de sus parientes....

Cerca de casi todas las rejas bajas se veia, ó se olfateaba por mejor decir, un silencioso bulto negro. Eran novios, que habian suspendido su palique al sentir pasos.

Somos unos calaveras!—iban diciéndose el abogado y los dos canónigos.—¿Qué pensarán en nuestras casas al vernos llegar á estas horas?

Pues ¿qué dirán los que nos encuentren en la calle, de este modo, á las siete y pico de la noche, como unos bandoleros amparados de las tinieblas?

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