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—Perdone usiía... ¡Ah! Otra cosa. No llame usía á la puerta grande que da á la plazoleta del emparrado, sino á la puertecilla que hay encima del caz...

—¿Encima del caz hay otra puerta? ¡Mira tú lo que no se me habia ocurrido!

—Sí, señor. La puertecilla del caz da al mismísimo dormitorio de los molineros... y el tio Lúcas no entra ni sale nunca por ella, De forma que, aunque volviese de pronto...

— Comprendo, comprendo... ¡No me aturdas más los oidos!

—Por último. Procure usia escurrir el bulto ántes del amanecer. Ahora amanecc á las seis.

Mira otro consejo inútil! A las cinco estaré de vuelta en mi casa... Pero bastante hemos hablado ya... ¡Quitate de mi preşencia!

—Pues entonces, señor... ¡Buena suerte!—exclamó el alguacil, alargando la mano al corregidor y mirando al techo al mismo tiempo.