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Levantó la cabeza y vió á Arabela; su negra cara se contrajo al ver á su peor enemiga, y cerró los puños, pero con gran sorpresa suya, la joven se inclinó sobre la barandilla y le gritó: —Espere usted, tengo que hablarla; ya bajo.

La anciana campesina, intimidada á pesar de todo por aquella orden, se quedó inmóvil.

Berta esperó; pero mascullando por lo bajo vagas amenazas hacia la mujer de los ojos verdes. Bella se acercó rápidamente, escondiéndose con la muralla para no ser vista, é hizo seña á Berta para que se acercase; después inspeccionó el camino de una ojeada.

La joven tomaba precauciones á pesar de su aspecto de bravura, no enteramente exenta de temor por el salvaje de su esposo. Por fin dijo muy de prisa: —Berta, ¿quiere usted complacer & Jacobo?

Al oir este nombre, á pesar de su desconfianza, la cara de la vieja se iluminó de ardiente pasión, y dijo: así» con la cabeza, sin hablar.

—¿Quiere usted llevarle una carta mía?

Berta retrocedió y, también por señas, sin una palabra, dijo: «¡No!». Había tenido tiempo de reflexionar.

Arabela, despechada, preguntó: —¿Por qué?

Y la vieja con los labios babosos, la mandíbula contraída y el cuerpo inclinado como si quisiera morderla, le dijo en la cara, con voz ronca y furibunda, que se oía de lejos: —¿Por qué? Porque eres el diablo y no sabes más que mentir y hacer daño, porque bastante ha sufrido por tu causa sin que la cosa siga adelante. Una carta tuya es un papel que apesta á traición. ¿Qué más quieres cogerle? Tienes su castillo, el cuarto en que ha