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nacido, sus tierras, sus bosques, todo su patrimonio; tienes su corazón, que has hecho pedazos; ¿quieies su cerebro?... No es seguro que sea suyo todavía. Pero no cuentes conmigo para entrar en su casa; la puerta está guardada; hay un perro, que soy yo.

Y dejando á la señora de Piscop—Carmesy estupefacta y aturdida por tal recepción, la mujer de Garnache se fué gesticulando y dando zancadas por el camino. Berta gruñía: —Hubiera debido tirarle piedras, como hace cinco años...

Arabela subió los escalones lentamente y muy pensativa. Decididamente, no era querida; por una vez que quería vengarse, la cosa le salía mal. Los dioses protegían á Piscop.

Pero por muy poco tiempo que había pasado en el camino recibiendo los piropos de aquella vieja, había sido vista, y aquella intentona abortada, ba á tener consecuencias como si fuera un crimen realizado.

Serían las seis y ya caía la noche, cuando Gervasio volvió al castillo con su caballo negro y látigo en mano, después de haber pasado la tarde inspeccionando sus tierras..

Ya llegaba, cuando se cruzó en el camino con un campesino que iba con su horquilla al hombro hacia la aldea. Aquel hombre dijo al pasar: —Buenas tardes, señor Gervasio.

—Buenas tardes.

Pero el aldeano insistió: —Buen día hemos tenido... Ya he visto á la señora.

Piscop tiró de las riendas, y, sospechando que debajo de aquella política podía haber alguna guasa, preguntó: —¿Qué señora?

—La de usted.