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Adicta hasta lo extraordinario, su ternura le molestaba en otro tiempo y la encontraba humillante por venir de tan bajo... La había apartado de su camino y rechazado duramente, hasta el punto de que había desaparecido y héchose invisible para seguirle con los ojos.

¿Por qué no habría venido como se lo pidió á Garnache? No se había atrevido, sin duda, temiendo todavía algún sofión del orgulloso señor... Había hecho mal. La hubiera acogido dulcemente y le hubiera dado las gracias por sus constantes afecciones y por su fidelidad, pagada con ingratitudes.

Remontó hasta su infancia y recordó el pabellón del guarda y, después, su enfermedad... Ya en aquella epoca, Berta...

En este momento se creyó juguete de una alucinación, sin poder conocer si era evocación del pasado ó visión real lo que tenía ante él...

Maquinalmente, sus miradas se habían dirigido á la ventana, cuyos vidrios ensombrecía ya el crepúsculo.

En aquella pieza, desocupada hacía años, no había visillos ni cortinas. De pronto, vió detrás de los vidrios, como en los días febriles de su enfermedad, una cara siniestra y lívida, cuyos ojos ardientes y locos estaban fijos en él y le devoraban á distancia.

Corrió entonces á la puerta, la abrió y salió gritando: —¡ Berta!

La mujer trató de huir, pero él la volvió á llamar: —¡ Berta!

La loca se detuvo indecisa, y, después, volvió pies atrás, como un niño cogido en falta que teme que le regañen, y se quedó temblando á dos pasos.

Jacobo la miró.