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—305Tenía cien años; era una salvaje ó una depravada, dominada por la idea fija. Su persona contaba su historia.Ante aquel desarreglo y aquella decrepitud, Jacobo se conmovió á su vez, y la vaga lástima que sentía por aquella mujer, se agrandó y se coloreó.

—¿Qué hacías ahí?

Como su voz era dulce y sin cólera, Berta sonrió, y aquella sonrisa fué horrible; quiso responder, y no encontró las palabras: —El fuego... las llamas... he tenido miedo... y he venido.

Jacobo comprendió que los resplandores del incendio la habían atraído é infundido temor; y aquel miedo era una de las formas de su amor.

Estaba asombrado.

Ella, mientras tanto, le contemplaba en aquel crepúsculo, le detallaba de alto á bajo y se llenaba de él los ojos.

Aquel examen le hubiera irritado profundamente en otro tiempo; pero, curado de las vanidades terrenales, se prestó á él con tristeza. Berta murmuró: —¡ Jacobo!

Y él respondió: —¿Por qué no has venido?

La mujer le miró con sorpresa, sin comprenderle.

El siguió diciendo con paciencia: —Sí, había encargado á Regino que te dijese que vinieras.

Berta dijo: ¡Ah!» y abrió las manos para manifestar su ignorancia.

—No te lo ha dicho?

_No.

En aquella negación había gran energía.

Después de un momento de silencio, Berta añadió: EN LA PAZ.—20