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Estudios literarios.

tragedias de Eurípides, que son minas inagotables de lugares comunes, y hace de Homero poca cuenta, y lo examina no más que á título de orador. Lo era ciertamente, y bueno y grande; pero nada es tan notable en sus obras como el cuidado con que somete sus talentos oratorios al servicio de la poesía. A nuestro parecer, no es Quintiliano un gran crítico en su propio terreno, porque por más justas que sean á veces sus observaciones y por más beIlas que sean sus imágenes, muy luego descubren cierto sabor que les comunica la atmósfera de despotismo en que florecieron; defecto de que adolecen por lo general las obras del ingenio cuando se producen bajo idénticas influencias. Porque la elocuencia en los tiempos de Quintiliano ya no era otra cosa sino el aliño necesario á despertar en los tiranos, hastiados de adulacion, el gusto de oir un panegírico, ó una distraccion para los grandes ó para las damas aficionadas al culto de las letras. Así es que para él la elocuencia es ántes un juego que no una guerra, un asalto en sala de armas, no un combate singular, preocupándose más de la gracia y soltura de la actitud, que del vigor y firmeza del brazo.

Conviene reconocer, en descargo de Quintiliano, que Ciceron sancionó con harta frecuencia este error å vueltas de sus preceptos y ejemplos.

Longino, que parece haber tenido gran caudal de sensibilidad y mediano criterio, nos ha dejado elocuentes sentencias, pero no princípios; y su tratado De lo sublime debiera más bien titularse Sublimidades de Longino, del propio modo que el Esprit des Lois, de Montesquieu, De l'esprit sur les Lois, como ha dicho alguno con sobrada razon. El origen de lo sublime constituye uno de los asuntos más curiosos é interesantes que puedan ocupar á los críticos, y