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Oradores atenienses.

el hombre más ridículo de la historia literaria, contrajo la costumbre de afirmar que Demóstenes se dirigia á un pueblo de bárbaros, y que la civilizacion no existió ántes del establecimiento de la imprenta. Johnson fué observador sagaz, pero muy limitado, de la humanidad, y confundió siempre la naturaleza humana en general con las circunstancias particulares que la modifican. Sus observaciones sobre la sociedad en que vivia son admirables; pero Londres era para él cuanto hubiera en el mundo; y viendo que la ignorancia del inglés que no sabe leer excede á la ponderacion, concluia que los griegos, cuyo caudal bibliográfico era casi nulo, debian ser forzosamente tan bárbaros como los carreteros de su tiempo.

Parécenos, por el contrario, que en punto á inteligencia, considerado en su conjunto el pueblo bajo ateniense, reunia más caudal de ella que las clases idénticas de las sociedades que se han formado despues; y bueno es, para comprender esto mejor, tener presente que todos los ciudadanos eran legisladores, soldados y jueces, y que la suerte del Estado tributario más opulento ó del hombre público más esclarecido dependia de su voto; que las ocupaciones infimas y manuales, ya sea en la agricultura, ya en el comercio, se dejaban á los esclavos por regla general; que la república proveia en sus necesidades á los ciudadanos desgraciados, y les facilitaba descanso y distraccion, y que si los libros no abundaban, eran buenos, en cambio, los que habia y conocidos de la generalidad: que no tanto se adquieren los conocimientos y se forma mejor el criterio foliando bibliotecas enteras, como leyendo con repeticion y estudiando sesuda y reflexivamente algunos grandes modelos. Hoy dia los literatos se ven condena-