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Domingo F. Sarmiento

campos. Facundo vuela á la ciudad, y al amanecer del día siguiente estaba como el tigre en acecho, con sus cañones é infantes; todo, empero, quedó muy en breve terminado, y mil quinientos cadáveres patentizaron la rabia de los vencidos y la firmeza de los vencedores.

Sucedieron en estos días de sangre dos hechos que siguen después repitiéndose. Las tropas de Facundo malaron en la ciudad al mayor Tejedor, que llevaba en la mano una bandera parlamentaria; en la batalla del segundo día, un coronel de Paz fusiló nueve oficiales prisioneros. Ya veremos las consecuencias.

En la tablada de Córdoba se midieron las fuerzas de la campaña y de la ciudad bajo sus más altas inspiraciones, Facundo y Paz, dignas personificaciones de las dos ten dencias que van á disputarse el dominio de la República.

Facundo, ignorante, bárbaro, que ha llevado por muchos años una vida errante que sólo alumbraban de vez en cuando los reflejos siniestros del puñal que gira en torno suyo; valiente hasta la temeridad, dotado de fuerzas hercúleas, gaucho de á caballo como el primere, dominándolo todo por la violencia y el terror, no conoce más poder que el de la fuerza brutal, no tiene fe sino en el caballo; todo lo espera del valor, de la lanza, del empuje terrible de sus cargas de caballería. ¿Dónde encontraréis en la República Argentina un tipo más acabado del ideal del gaucho malo?

¿Creéis que es torpeza dejar en la ciudad su infantería y artillería? No; es instinto, es gala de gaucho; la infantería deshonraría el triunfo cuyos laureles debe coger desde á caballo.

Paz, es, por el contrario, el hijo legítimo de la ciudad, el representante más cumplido del poder de los pueblos civilizados. Lavalle, La Madrid, y tantos otros son argentinos siempre, soldados de caballería brillantes como Murat, si se quiere; pero el instinto gaucho se abre paso por paso entre la coraza y las charreteras. Paz es militar á la europea; no cree en el valor solo, si no se subordina á Ja táctica, la estrategía y la disciplina; apenas sabe andar á caballo; es, además, manco y no podría manejar una lanza. La ostentación de fuerzas numerosas le incomoda; pocos soldados, pero bien instruidos. Dejadle formar un ejército, esperad que os diga: «ya está en estado», y con.