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Domingo F. Sarmiento

moribunda por las cuatro esquinas de la plaza; porque Facundo es muy solícito en esta parte de la administración; no es como Rosas que desde el fondo de su gabinete, donde está tomando mate, expide á la mazorca las órdenes que debe ejecutar, para achacar después al «entusiasmo federal» del pobre pueblo todas las atrocidades con que ha hecho estremecer á la humanidad. No creyendo aún bastante este paso previo á toda otra medida, Facundo hace traer á un viejecito cojo á quien se acusa ó no se acusa, de haber servido de baquiano á algunos prófugos, y lo hace fusilar en el acto, sin confesión, sin permitirle decir una palabra, porque el Enviado de Dios» no se cuida siempre de que sus víctimas se confiesen.

Preparada así la opinión pública», no hay sacrificios que la ciudad de San Juan no esté pronta á hacer en defensa de la federación; las contribuciones se distribuyen sin réplica, salen armas de debajo de tierra; Facundo compra fusiles, sables á quien se los presenta. Los Aldaos triunfan de la incapacidad de los unitarios, por la violación de los tratados del Pilar, y entonces Quiroga pasa á Mendoza. Allí era el terror inútil; las matanzas diarias ordenadas por el fraile, de que di detalles en su biografía, tenian helada como un cadáver á la ciudad; pero Facundo necesitaba confirmar allí el espanto que su nombre infundía por todas partes. Algunos jóvenes sanjuaninos han caído prisioneros; éstos, por lo menos, le pertenecen. A uno de ellos manda hacer esta pregunta: ¿Cuántos fusiles puede entregar dentro de cuatro días? — El joven contesta que, si se le da tiempo para mandar á Chile á procurarlos, y á su casa á recolectar fondos, verá lo que puede hacer.

Quiroga reitera la pregunta, pidiendo que conteste categóricamente. — ¡Ninguno! — Un minuto después llevaban á enterrar el cadáver, y seis sanjuaninos más le seguían á curtos intervalos.

La pregunta sigue haciéndose de palabra ó por escrito á los prisioneros mendocinos, y las respuestas son más ó menos satisfactorias. Un reo de más alto carácter se presenta: el general Alvarado ha sido aprehendido, y Facundo lo hace traer á su presencia. Siéntese, general, le dice, en cuántos días podrá entregarme seis mil pesos por su vida? — En ninguno, señor, no tengo dinero. -