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Facundo

ó cinco azotados, una ú otra señora condenada á hacer de comer á los soldados y otras violencias sin nombre.

Pero hubo un día de terror glacial que no debo pasar en silencio. Era el momento de salir la expedición sobre Tucumán; las divisiones empiezan á desfilar una en pos de otra: en la plaza están los troperos cargando los bagajes; una mula se espanta y se entra al templo de Santa Ana. Facundo manda que la enlacen en la iglesia; el arriero va á tomarla con las manos, y en este momento, un oficial que entra á caballo por orden de Quiroga, enlaza mula y arriero y los saca á la cincha unidos, sufriendo el infeliz las pisadas, golpes y coces de la bestia.

Algo no está listo en aquel momento; Facundo hace comparecer á las autoridades negligentes. Su Excelencia el señor gobernador y capitán general de la provincia recibe una bofetada, el jefe de policía se escapa, corriendo, de recibir un lanzazo, y ambos ganan la calle de sus oficinas á dar órdenes que han omitido. Os parece esto mucha degradación? No: así son los pueblos, así es el hombre cuando se ha perdido toda conciencia del derecho, cuando la fuerza brutal se desencadena. ¿Qué hace el niño cuando su padre, enfurecido, se venga despedazándolo á azotes?

Llora y se somete, porque no hay en la tierra apoyo para su derecho. Así hacen los gobernadores y los pueblos; lloran y se someten, porque la resistencia es inútil, la dignidad una provocación, y la muerte recibida quedaría sin gloria y sin vengadores.

Más tarde, Facundo ve á uno de sus oficiales que da de acintarazos» á dos soldados que peleaban; lo llamá, lo acomete con la lanza, el oficial se prende del asta para salvar su vida, bregan, y al fin el oficial se la quita y se la entrega respetuosamente; nueva tentativa de traspasarlo con ella, nueva lucha, nueva victoria del oficial, que vuelve á entregársela. Facundo entonces reprime su rabia, llama en su auxilio, apoderándose seis hombres del atlético oficial, lo estiran en una ventana, y bien amarrado de pies y manos, Facundo lo traspasa repetidas veces con aquella lanza que por dos veces le había sido devuelta, hasta que el oficial ha apurado la última agonía, hasta que reclina la cabeza y el cadáver yace yerto y sin movimiento. Las furias están desencadenadas, el general Huidobro es ame-