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Domingo F. Sarmiento

nazado con la lanza, si bien tiene el valor de desenvainar su espada y prepararse á defender su vida.

Y sin embargo de todo esto, Facundo no es cruel, no es sanguinario; es el bárbaro, no más, que no sabe contener sus pasiones, y que una vez irritadas no conocen freno ni medida; es el terrorista que á la entrada de una ciudad fusila á uno y azota á otro; pero con economía, muchas veces con discernimiento; el fusilado es un ciego, un paralítico ó un sacristán; cuando más, el infeliz azotado es un ciudadano ilustre, un joven de las primeras familias. Sus brutalidades con las señoras vienen de que no tiene conciencia de las delicadas atenciones que la debilidad merece; las humillaciones afrentosas impuestas á los ciudadanos provienen de que es campesino grosero y gusta por ello de maltratar y herir en el amor propio y el decoro & aquéllos que sabe que lo desprecian. No es otro el motivo que hace del terror un sistema de gobierno. ¿Qué habría hecho Rosas sin él, en una sociedad como era antes la de Buenos Aires? ¿Qué otro medio de imponer al público ilustrado el respeto que la conciencia niega á lo que es de suyo abyecto y despreciable?

DOMINGO F. SARMIENTO Es inaudito el cúmulo de atrocidades que se necesita amontonar unas sobre otras para pervertir á un pueblo, y nadie sabe los ardides, los estudios y las observaciones y la sagacidad que ha empleado don Juan Manuel Rosas para sostener la ciudad» á esa influencia mágica que trastorna en seis años la conciencia de lo justo y de lo bueno, que quebranta, al fin, los corazones más esforzados y los doblega al yugo. El terror de 1793 en Francia era un efecto, no un instrumento; Robespierre no guillotinaba nobles y sacerdotes para crearse una reputación, ni elevarse él sobre los cadáveres que amontonaba. Era una alma adusta y severa aquella que había creído que era preciso amputar á la Francia todos los miembros aristocráticos para címentar la revolución. «Nuestros hombres — decía Danton bajarán á la posteridad execrados, pero habremos salvado la República. El terror entre nosotros es una invención gubernativa para ahogar toda conciencia, todo espíritu de ciudad, y forzar, al fin, á los hombres, á reconocer como cabeza pensadora el pie que les oprime la garganta; es un desquite que toma el hombre inepto armado de puñal para vengarse del desprecio que sabe que su nulidad inspira á