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Facundo

del día? ¿Quién sabe! Alguno había dicho que venían..que se había oído el tropel lejano de caballos.

Una de estas veces marchaba Facundo Quiroga por una calle, seguido de un ayudante, y al ver á estos hombres con frac que corren por las veredas, á las señoras que huyen sin saber de qué, Quiroga se detiene, pasea una mirada de desdén sobre aquellos grupos, y dice á su edecán: «Este pueblo se ha enloquecido». Facundo había llegado á Buenos Aires poco después de la caída de Balcarce, Otra cosa hubiera sucedido, decía, si yo hubiese estado aquí. Y qué habría hecho, general? le replicaba uno de los que escuchándole había; Su Excelencia no tiene influencia sobre esta plebe de Buenos Aires». Entonces Quiroga, levantando la cabeza, sacudiendo su negra melena, y despidiendo rayos de sus ojos, le dice con voz breve y seca: ¡Mire usted! habría salido á la calle, y al primer hombre que hubiera encontrado, le habría dicho: «sigame» ly ese hombre me habría seguido! Tal era la avasalladora energía de las palabras de Quiroga, tan imponente su fisonomía, que el incrédulo bajó la vista aterrado y por largo tiempo nadie se atrevió á desplegar los labios.

El general Viamont renuncia al fin, porque ve que no se puede gobernar, que hay una mano poderosa que detiene las ruedas de la administración. Búscase alguien que quiera reemplazarlo; se pide por favor á los más animosos que se hagan cargo del bastón, y nadie quiere; todos se encogen de hombros y ganan sus casas amedrentados. Al fin se coloca á la cabeza del gobierno el doctor Maza, el maestro, el mentor y amigo de Rosas, y creen haber puesto remedio al mal que los aqueja. ¡Vana esperanza! El malestar crece, lejos de disminuir.

FACUNDO Anchorena se presenta al gobierno pidiendo que reprima los desórdenes, y sabe que no hay medio alguno á su alcance, que la fuerza de policía no obedece, que hay órdenes de afuera. El general Guido, el doctor Alcorta, dejan oir todavía en la Junta de Representantes algunas protestas enérgicas contra aquella agitación convulsiva en que se tiene á la ciudad; pero el mal sigue; y para agravarlo, Rosas reprocha al gobierno desde su campamento los desórdenes que él mismo fomenta. ¿Qué es lo que quiere este hombre? Gobernar? Una comisión de la Sala va á ofrecerle el gobierno; le dice que sólo él puede poner término á