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Facundo

su confidente. Duerme, amigo? le pregunta en voz baja.

¡Quién ha de dormir, señor, con esta cosa tan horrible!

—Conque no hay duda? ¡Qué suplicio el mío!—¡Imaginese, señor, cómo estaré yo, que tengo que mandar dos postillones, que deben ser muertos también! Esto me mata.

Aquí hay un niño que es sobrino del sargento de la partida, y pienso mandarlo; pero el otro... ¿á quien mandaré?

¡á hacerlo morir inocentemente!

El doctor Ortiz hace un último esfuerzo para salvar su vida y la de su compañero; despierta á Quiroga, y le instruye de los pavorosos detalles que acaba de adquirir, significándole que él no le acompaña, si se obstina en hacerse matar inútilmente. Facundo con gesto airado y palabras groseramente enérgicas, le hace entender que no hay mayor peligro en contrariarlo allí que el que le aguarda en Barranca—Yaco, y fuerza es someterse sin más réplica.

Quiroga manda á su asistente, que es un valiente negro, á que limpie algunas armas de fuego que vienen en la galera, y las carguen; á esto se reducen todas las precauciones.

Llega el día por fin, y la galera se pone en camino.

Acompáñale además del postillón que va en el tiro, el niño aquél, dos correos que se han reunido por casualidad y el negro que va á caballo.

Llega al punto fatal, y dos descargas traspasan la galera por ambos lados, pero sin herir á nadie; los soldados se echan sobre ella con los sables desnudos, y en un momento inutilizan los caballos, y descuartizan al postillón, correos y asistente. Quiroga entonces asoma la cabeza, y hace por el momento vacilar á aquella turba. Pregunta por el comandante de la partida, le manda acercarse, y á la pregunta de Quiroga: ¿Qué significa esto?» recibe por toda contestación un balazo en un ojo, que lo deja muerto.

Entonces Santos Pérez atraviesa repetidas veces con su espada al malaventurado secretario y manda, concluída la ejecución, tirar hacia el bosque la galera llena de cadáveres con los caballos hechos pedazos y el postillón que, con la cabeza abierta, se mantiene aún á caballo.—Qué muchacho es éste?—pregunta viendo al niño de la posta, único que queda vivo. Este es un sobrino mío,—contesta el sargento de la partida, yo respondo de él con mi vida.

—Santos Pérez se acerca al sargento, le atraviesa el corazón de un balazo, y en seguida, desmontándose, toma de