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Facundo

y otros ramos valiosos, á las provincias del Norte de Chile, han abandonado este tráfico. Un enviado ha venido á Chile, que esperó seis meses en Mendoza, hasta que se cerrase la cordillera, y que hasta aquí hace tres que no ha hablado una palabra de abrir el comercio.

Organizada la República bajo un plan de combinaciones tan fecundas en resultados, contrájose Rosas & la organización de su poder en Buenos Aires, cchándole bases duraderas. La campaña lo había empujado sobre la ciudad; pero abandonando él la estancia por el Fuerte, necesitando moralizar esa misma campaña como propietario, y borrar el camino por donde otros comandantes de campaña podían seguir sus huellas, se consagró á levantar un ejército, que se engrosaba de día en día, y que debía servir para contener la República en la obediencia, y llevar el estandarte de la santa causa á todos los pueblos vecinos.

No era sólo el ejército la fuerza que había substituído á la adhesión de la campaña y á la opinión pública de la «ciudad». Dos pueblos distintos, de razas diversas, vinieron en su apoyo. Existe en Buenos Aires una multitud de negros, de los millares quitados por los corsarios durante la guerra del Brasil. Forman asociaciones según los pueblos africanos á que pertenecen, tiene reuniones públicas, caja municipal, y un fuerte espíritu de cuerpo que los sostiene en medio de los blancos.

Los africanos son conocidos por todos los viajeros como una raza guerrera, llena de imaginacfón y de fuego, y aunque feroces cuando están excitados, dóciles, fieles y adictos al amo ó al que los ocupa. Los europeos que penetran en el interior del Africa, toman negros á su servicio, que los defienden de los otros negros, y se exponen por ellos á mayores peligros.

Rosas se formó una opinión pública, un pueblo adicto en la población negra de Buenos Aires, y confió a su hija doña Manuelita esta parte de su gobierno. La influencia de las negras para con ella, su favor para con el gobierno, han sido siempre sin limites. Un joven sanjuanino estaba en Buenos Aires cuando Lavalle se acercaba en 1840; había pena de la vida para el que saliese del recinto de la ciudad.

Una negra vieja, que en otro tiempo habia pertenecido á su familia y había sido vendida en Buenos Aires, lo reconoce; sabe que está detenido: «Amito, le dice, ¿cómo no me había avisado? en el momento voy á conseguir el pasa-