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Domingo F. Sarmiento

mar, si podían, aquel poder sombrío que se hacía un parapeto de cadáveres, y tenía de avanzada una horda de asesinos legalmente constituida.

He necesitado entrar en los pormenores para caracterizar un gran movimiento que se operaba por entonces en Montevideo, y que ha escandalizado á la América, dando á Rosas una poderosa arma moral para robustecer su gobierno y su principio «americano». Hablo de la alianza de los enemigos de Rosas con los franceses que bloqueaban á Buenos Aires, que Rosas ha echado en cara eternamente, como un baldón, á los unitarios. Pero, en honor de la verdad histórica y de la justicia, debo declarar, ya que la ocasión se presenta, que los verdaderos unitarios, los hombres que figuraron hasta 1829, no son responsables de aquella alianza; los que cometieron aquel delito de leso americanismo, los que se echaron en brazos de la Francia para salvar la civilización europea, sus instituciones, hábitos é ideas en las orillas del Plata, fueron los jóvenes; en una palabra, fuímos nosotros!» Sé muy bien que en los Estados americanos halló eco Rosas, aun entre los hombres liberales y eminentemente civilizados, sobre este delicado punto, y que para muchos es todavía un error afrentoso el haberse asociado los argentinos á los «extranjeros» para derrocar á un tirano. Pero, cada uno debe reposar en sus convicciones y no descender á justificarse de lo que cree firmemente y sostiene de palabra y obra. Así, pues, diré, á despecho de quien quiera que sea, que la gloria de haber comprendido que había alianza intima entre los enemigos de Rosas y los poderes civilizados de Europa, nos perteneció toda entera á nosotros.

Los unitarios más eminentes, como los americanos, como Rosas y sus satélites, estaban demasiado preocupados de esa idea de la nacionalidad, que es el patrimonio del hombre desde la tribu salvaje y que le hace mirar con horror al extranjero.

En los pueblos castellanos, este sentimiento ha ido hasta convertirse en una pasión brutal capaz de los mayores más culpables excesos, capaz del suicidio. La juventud de Buenos Aires llevaba consigo esta idea fecunda de la fraternidad de intereses con la Francia y la Inglaterra; llevaba el amor á los pueblos curopeos asociados al amor á la civilización, a las instituciones y á las letras que la Europa nos había legado, y que Rosas destrufa en nombre