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Domingo F. Sarmiento

basta tomar la Constitución del Estado; pues bien, ahí está la guerra; entregadle la Constitución, ya sea directa ó indirectamente, y la paz vendrá en pos; esto es, estareis conquistados para el gobierno «americano».

La Europa, que ha estado diez años alejándose del contacto con la República Argentina, se ve llamada hoy por el Brasil, para que lo proteja contra el malestar que le hace sufrir la proximidad de Rosas. ¿No acudirá á este llamamiento? Acudirá más tarde, no haya miedo; acudirá cuando la República misma salga del aturdimiento en que la han dejado los millares de asesinatos con que la han amedrentado, porque los asesinatos no constituyen un Estado; acudirá cuando el Uruguay y el Paraguay pidan que se haga respetar el tratado hecho entre el león y el cordero; acudirá cuando la mitad de la América del Sud se halle trastornada por el desquiciamiento que trae la subversión de todo principio de moral y de justicia.

La República Argentina está organizada oy en ina máquina de guerra, que no puede dejar de obrar, sin anular el poder que ha absorbido todo los intereses sociales.

Concluída en el interior la guerra, ha salido ya al exterior; el Uruguay no sospechaba, ahora diez años, que él tuviese que habérselas con Rosas; el Paraguay no se lo imaginaba ahora cinco; el Brasil no lo temía ahora dos; Chile no lo sospechaba todavia; Bolivia lo miraría como ridículo: pero ello vendrá por la naturaleza de las cosas, porque esto no depende de la voluntad de los pueblos ni de los gobiernos, sino de las condiciones inherentes á toda faz social.

Los que esperan que el mismo hombre ha de ser primero el azote de un pueblo y el reparador de sus males después, el destructor de las instituciones que traen la sanción de la humanidad civilizada, y el organizador de la sociedad, conocen muy poco la historia. Dios no procede asi; un hombre, una época para cada faz, para cada revolución, para cada progreso.

DOMINGO F. BARMIENTO No es mi ánimo trazar la historia de este reinado del terror, que dura desde 1832 hasta 1845, circunstancia que lo hace único en la historia del mundo. El detalle de todos sus espantosos excesos no entra en el plan de mi trabajo.

La historia de las desgracias humanas y de los extravios á que puede entregarse un hombre cuando goza del poder sin freno, se engrosará en Buenos Aires de horribles y raros datos. Sólo he querido pintar el origen de este go-