relación con el cristianismo, y los griegos y roma- nos, por el injerto de sus concepciones y de su de- recho en los tiempos cristianos ulteriores. Nos li- mitaremos a indicar las importantes modificacio- nes en este terreno, en relación con los cambios de la situación cultural. Estos cambios explican que no se puedan obtener cuadros de conjunto, y que las concepciones sobre el problema de la mujer sean en estos pueblos, sobre todo en el judío, tan diferentes. Léanse, por ejemplo, las descripciones — tan divergentes — del matrimonio entre los ju- díos, que dan Dóllinger, en su Paganismo y ju-' daísmo, Zschokke, en Las mujeres bíblicas del Viejo Testamento, y Weil, en La femme juive d'aprées la Bible et le Talmud; o el artículo de Benzinger en la nueva edición de la «Enciclope- dia protestante». Sin duda destaca la mujer judía en todo tiempo más que las restantes mujeres orientales. ¡Cuántos nombres de mujer nos ha transmitido la historia judía! La mujer de Abra- ham participa en los coloquios. La mujer, en la época de los patriarcas, no tiene una actitud com- pletamente pasiva. Recuérdese también a Miriam, hermana de Moisés, a la juzgadora Deborah, a Judith y a Esther. Una concepción ideal del ma- trimonio nos ofrece la introducción histórica de la ley de Moisés. El matrimonio es la unidad es- piritual y corporal de hombre y mujer, como Dios lo ordena. Es célebre la loa del poeta en los
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