Página:Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes - Tomo I (1858).djvu/161

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á esta parte lo saquean en detall, siempre que necesitan cantos, tejas, vigas, puertas y ventanas. Cortas más ó menos autorizadas han acabado casi con el bosque, que lo rodeaba, y el jardin por falta de cuidado se ha vuelto un erial. El tiempo y las lluvias, desmoronando las paredes, arrastraron al mar la capa de tierra vejetal de la colina que enseña avergonzada sus flancos rojizos y descarnados. Solo una palmera se sostiene junto á las ruinas de la máquina hidráulica entre alóes espinosos, único y último testigo de la vejetacion que sostenia en este peñasco el trabajo y la paciencia de los buenos frailes.




En los momentos en que con un profundo sentimiento de tristeza, escribiamos estas líneas, una persona augusta tomaba bajo su proteccion el ruinoso monasterio de la Rábida.

Simpático por naturaleza á la gloria, afanoso de acrecentar la de la nacion española é inclinado por instinto hacia un héroe que tan capaz es de comprender, S. A. R. el duque de Montpensier, resolvió conservar á la posteridad el humilde convento en que primero tuvo acojida la idea que duplicó el mundo.

El 11 de Marzo de 1854, emprendió el príncipe, en compañia de su esposa, un viaje á la Rábida juntamente con la reyna Maria Amalia, la madre de inefables dolores, compadecida y venerada de la Europa entera, que tambien quiso, sobreponiéndose á las molestias del camino, visitar unos sitios tan caros á las almas elevadas. Y quizas la piadosa atraccion del mas alto sufrimiento por el mas noble infortunio haya sido el homenaje mas espresivo, con que la providencia ha permitido honrar á su servidor Cristóbal Colon.