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de las Indias.

de la vaina, mostrándosela y haciendo lo mismo, lo cual, diz que, oido por ellos, dieron todos á huir, quedando todavia temblando el dicho indio de cobardía; y era, diz que, hombre recio y de buena estatura. No quiso el Almirante salir del rio, ántes hizo remar, acercándose á la tierra donde los indios estaban, que eran muy muchos, todos tintos de colorado, y desnudos como su madre los parió, y algunos dellos con penachos en la cabeza y otras plumas, todos con sus manojos de azagayas; llegóse hacia ellos y dióles algunos bocados de pan, y demandóles las azagayas dándoles por ellas, á unos un cascabelito, á otros unas sortijuelas de laton, á otros unas contezuelas, por manera que todos se apaciguaron y vinieron á las barcas, dando todo cuanto tenian, por qué quiera que se les daba. Mataron los marineros una tortuga, la cáscara de la cual estaba en la barca, dábanles los grumetes della como una uña y los indios les ofrecian un manojo de azagayas. Dice aquí el Almirante, que esta gente toda era como los otros que habian hallado y de la misma creencia, y estimaban que los cristianos descendian del cielo, y que cuanto tenian daban por poca recompensa que les diesen, sin decir que era poco; y creia el Almirante que así hicieran de la especería y del oro si lo tuvieran. Dice más, que vido una casa hermosa, muy grande y de dos puertas, porque así son todas, en la cual entró el Almirante, y vido una obra maravillosa, como unas cámaras, hechas por una cierta manera, que no lo sabria, diz que, referir. Estaban colgados al cielo della caracoles y otras cosas, él pensó que era templo, llamólos y díjoles por señas, si hacian en ella oracion, respondiéronle que no. Subió uno dellos arriba y daba liberalmente al Almirante cuanto habia en ella, de lo cual recibió algo de lo que mejor le pareció.