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Historia

CAPÍTULO LXVII.


Estando Nicuesa y su poca gente, que de tantas miserias y hambres y calamidades le habia quedado, en el extremo y angustia que habemos contado, llegaron los mensajeros, con Colmenares, de los del Darien, con quien lo enviaban á llamar para que los gobernase; y porque, como ya se dijo, venian á buscallo sin saber dónde estaba, pasábanse con su nao de luengo de costa, y del puerto del Nombre de Dios, sino fuera por un bergantin que Nicuesa habia enviado á las isletas que allí junto estaban por bastimento, que tambien se llamaban islas del Bastimento, por ser fértiles y tener muchas labranzas. Los que estaban en el bergantin vieron venir la nao, que no poco consuelo y alegría, de verla, tomaron; fueron luégo á ella, donde los unos á los otros de su propio estado y propósito informaron. Fuéronse luégo al puerto del Nombre de Dios, donde Colmenares y los que con él venian, de ver á Nicuesa y á 60 personas (que ya no le quedaban más de 700 y tantos que trujo), que haciendo la fortaleza con él estaban, tan flacos, tan descaecidos, rotos y cuasi desnudos y descalzos, y en toda miseria y tristeza puestos, quedaron espantados. No faltaron lágrimas, llantos grandes y espesos, de ambas á dos partes, mayormente oidas las hambres, las muertes y tan infelices desastres; Colmenares, con gran compasion, cuanto podia, con palabras dulces y amorosas, dándoles esperanza de que Dios los remediaria, en cuanto le era posible á Nicuesa consolaba, mayormente diciéndole como los del Darien le enviaban á suplicar que fuese á gobernarlos, donde habia buena tierra y tenian de comer, y oro no faltaba, y allí descansaria mucho de los muchos y grandes trabajos pasados. Con ésto, Nicuesa