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Historia

CAPÍTULO XXX.


Preguntado fué quién fué el primero que sacó el espada, y por qué se movió á comenzar tan gran estrago, pero encubrióse y disimulóse la persona de quien se sospechó ó se supo; y si fué aquel que se creyó, sépase que hobo despues tan desastrado fin, cuanto muchos otros que semejantes virtudes en estas Indias han obrado. La causa se platicó diciendo, que habian visto indios que se cebaban á ver las yeguas, demás de los que estaban, y que era mala señal que nos querian matar; y porque algunos traian unas alguirnaldas de unos pescadillos, y de los que se llaman agujas, puestas en las cabezas, decian, que para darlas con las cabezas y abrazarse luégo con los españoles, y con unas cuerdas que algunos traian ceñidas, como suelen, atarlos. Y es verdad, que ni arco, ni flecha, ni palo, ni cosa que supiese á arma de indios, jamás se vido ni sospechó que trujesen, ni hobiese en casa del pueblo, ni en el monte, sino todos desnudos (como dije), sentados en coclillas, de la manera de unos corderos, estaban, y de mirar las yeguas, que no se hartaban, pasmados; y es tambien verdad, que si sobre 2.000 indios, que allí pareció que habia, hobiera otros 10.000, sólo Narvaez, con su yegua, á todos los matara, como pareció en los indios de Bayámo, cuanto más estando con él otros tres ó cuatro á caballo, con sus lanzas y adargas en las manos. La causa no fué otra, sino su costumbre, que siempre tuvieron en esta isla Española, y pasaron á la de Cuba para ejercitarla, de no se hallar sin derramar sangre humana, porque sin duda eran regidos y guiados siempre por el diablo. Sabida esta matanza por toda la provincia, no quedó mamante ni piante, que, dejados sus pueblos, no se fuese huyendo á la mar, y á meterse en las