isletas, que por aquella costa del Sur hay infinitas, que dijimos haberles puesto nombre el Jardin de la Reina, el Almirante; y tanto miedo cayó en ellos, y con tan justa razon, que no sólo esconderse quisieran en las isletas, pero, si pudieran, debajo de las aguas, por huir de gente que con tanta razon juzgaban por crudelísima é más que inhumana. Salidos los españoles del pueblo, que dejaron tan sangriento, y bañado en sangre humana, llamado el Caonáo, asentaron Real en una roca grande, donde habia mucha de la yuca para hacer el pan caçabí; hechas su choza cada uno, con las personas, hombres y mujeres que llevaban, porque ninguno, ó pocos, traian consigo ménos de ocho ó diez personas, puesto que algunos ménos y otros más, que habian, por grado ó por fuerza, de los pueblos que quedaban atras tomado, enviaba los hombres por la yuca, y ellas hacian el pan, y los hombres tambien traian caza y lo demas. Ya se dijo arriba, que el Padre clérigo llevaba consigo, entre otros, no tomados por fuerza, sino que ellos se venian á él de su voluntad, por el buen tractamiento que les hacia y por el crédito que por la isla habia cobrado de que los favorecia, y por estar seguros de los españoles y de sus crueldades, llevaba, digo, consigo, un indio viejo y principal de esta isla Española, persona entre indios cuerda y honrada, y éste tambien era cognoscido por la isla por bueno, y por criado del Padre; al cabo de algunos dias que estaban en aquel monte ó roca los españoles aposentados, vino un indio de hasta veinticinco años, por espía, enviado por las gentes que andaban fuera de sus pueblos, huidas y descarriadas, y vínose derecho á la choza donde los indios del Padre clérigo estaban, y habló con el viejo, que se llamaba Camacho, diciendo queria vivir con el Padre, y que tenia otro hermano, muchacho de quince años ó poco más, que se lo traerá tambien para que le sirviese. Asegurólo muy bien el viejo Camacho, porque lo sabia muy bien hacer, loándole su propósito, y que el Padre era bueno, y holgaria de rescibir por sus criados á él y á su hermano, y que allí estarian, con el mismo viejo y los demás, seguros que ninguno les