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cinar y hacer fuego, amarrar y dar de comer á los animales, sentarse á trabajar en las aceras, lavar y secar la ropa, herrar caballos, andar á caballo en las veredas, correr á escape y dejar las riendas en las veredas, jugar al naipe en las calles, como á los dados, pelota, chueca, volantín, rayuela, y palitroques, las puertas que se abren para afuera, llenar los cántaros de agua en la pila de los conventos y cuarteles, los actos indecentes, las necesidades naturales, correr y enlazar vacas, matar y despostar animales en la cañada, estacar cueros, lavar intestinos, etc., etc.

Esta larga enumeración de actos ejecutados en las calles, manifiesta claramente el estado de aseo é higiene, heredado de la colonia.[1]

El 7 de Agosto de 1813, se creó la Comisión de Salud Pública, dirigida á remediar los estragos del mal venereo, y se previno á todos los gremios, cuerpos, casas públicas, y empleados del Estado que, con el aviso del Protomédico Rios, franqueasen todos los auxilios, instrucciones y conocimientos que fuesen necesarios para el cumplimiento de su comisión.[2]

Este decreto fué motivado que la alarma social que produjo en Santiago la irrupción de plaga tan funesta.

En la prensa se publicaron dos interesantes artículos sobre este punto que dicen así:

Lue Venerea.—(Discurso hecho á éste Gobierno sobre los medios de moderar sus estragos)—por J. M. S.—Arts.—Aurora de Chile.—5 y 6—tomo II.—1813.—Santiago.

Llama la atención, su autor, á las funestas consecuencias que acarrea al país la propagación de esta enfermedad que la priva de defensores y va aumentando las causas del despueblo.

Propone 3 métodos para aminorar los estragos de la lúe:

«1.º Purificar de este virus al sexo que desgraciadamente se presta al público desórden;

  1. Vicuña Mackenna, dice que era costumbre bañarse á la orilla del Mapocho, y que siempre allí se veía á un lego de Santo Domingo y á un hombre armado de una larga varilla para ahuyentar á los muchachos que pretendían sumerjirse en los albañales ó bocas tomas que daban agua á la pila del convento.

    En tiempo de los Talaveras se multaba con 4 reales y un peso á los que hacían sus necesidades en la calle ó se les obligaba al aseo con la mano y á depositar al rio.

    Los primeros baños públicos de aseo, frios ó tibios, se establecieron por Dinator en 1830, en el el local del primer reñidero de gallos. Los baños de cal y ladrillo, de natación, no fueron conocidos sino hasta que el francés Alexandri los instaló pobremente al pié del cerro de Santa Lucía.

  2. "El Monitor Araucano", N.º 54.—10 de Agosto de 1813.