Página:La Condenada (cuentos).djvu/108

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-¿Es usted preso?

-En este momento, si -dijo sonriendo-; pero no le molestaré mucho con mi presencia.

Y el panzudo burgués se mostraba obsequioso, humilde, como si pidiera perdón por haber usurpado su puesto en la cárcel.

Yáñez le miraba fijamente; tanta timidez le asombraba. ¿Quién seria aquel sujeto? Y por su imaginación danzaba idea sueltas, apenas esbozadas, que parecian buscarse y perseguirse para completar un pensamiento.

De pronto, al sonar a lo lejos otra vez el quejumbroso «Padre nuestro...» de la fiera encerrada, el periodista se incorporó nerviosamente, como si acabase de atrapar la idea fugitiva, fijando su vista en aquel saco que estaba a los pies del recién llegado.

-¿Qué lleva usted ahi?... ¿Es la caja de las herramientas?

El hombre pareció dudar, pero, al fin, se le impuso la enérgica expresión interrogativa e inclinó la cabeza afirmativamente. Después el silencio se hizo largo y penoso.

Unos presos colocaban la cama de aquel