Página:La Condenada (cuentos).djvu/107

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Y el señor (asi, con entonación irónica) pasó la puerta, seguido de dos presos: uno, con una maleta y un ho de mantas y bastones; otro, con un saco, cuya lona marcaba las aristas de una caja ancha y de poca altura.

-Buenas noches, caballero.

Saludaba con humildad, con aquella voz trémula que hizo reir a Yáñez, y al quitarse el sombrero descubrió una cabeza pequeña, cana y cuidadosamente rapada. Era un cincuentón obeso, coloradote; la capa parecia caerse de sus hombros, y un mazo de dijes, colgando de una gruesa cadena de oro, repiqueteaba sobre su vientre al menor movimiento. Sus ojos, pequeños, tenian los reflejos azulados del acero y la boca parecia oprimida por unos bigotillos curvos y caidos como dos signos de interrogación.

-Usted dispense -dijo, sentándose-, voy a molestarle mucho; pero no es por culpa mia: he llegado en el tren de esta noche, y me encuentro con que me dan para dormitorio un desván lleno de ratas. ¡Vaya un viaje!